domingo, 22 de enero de 2012

Regresión.

Era una mañana como cualquier otra cuando Amalia despertó y recordó que era lunes de trabajo.
Trabajaba en una dependencia de gobierno desde hacía 3 meses en donde desempeñaba el puesto de comunicador social.
Lo que significaba que siempre tenía miles y miles de pequeñas cosas que hacer durante el dìa.
Amalia en sus tan solo tres meses se había acostumbrado a ello perfectamente y cada ves que tenía que enfrentar el día lo hacía de la mejor y mas honrosa manera posible, sin perder la clase ò el estilo que es o debería ser el toque esencial de su trabajo como ella pensaba.

Aquel día mientras se arreglaba fue inevitable para ella mirar una fotografía colocada en un lindo marco de madera sobre la cómoda.

La fotografía la mostraba a ella como de 4 años, vestida con un lindo vestido de colores blanco, celeste, amarillo con lo cual resaltaba la más hermosa inocencia y curiosidad de aquella edad.

Se encontraba en un parque pues los árboles que se encontraban en el fondo, la hacían pensar en aquel día de verano en que fue tomada la fotografía.
Recordaba que a ella le gustaba pasear con su padre por las tardes
Aquello se había vuelto una hermosa rutina diaria, el padre regresaba de su trabajo como empleado en una dependencia de gobierno, y ya Amalia lo esperaba, ansiosa de pasar la tarde junto a el, sentimiento reciproco por parte de su padre.

Por aquellos días Amalia enfermo de sarampión, el médico le dicto la sentencia de 15 días en casa Amalia se sentía muy triste, no podría jugara con su padre en el parque, no podría ir al cine, o tomar un helado con el.

Lo siento Amalia dijo el doctor estoy seguro de que si usas tu imaginación podrás encontrar algunas cosas en las que gastar tus días.

Que basura pensó Amalia pues le gustaban aquellas caminatas al aire libre, ver las aves en sus nidos o surcando los cielos, las ardillas en el parque, los niños mayores entrenando soccer o las jóvenes ausentes en sus clases de secundaria platicando de sueños de amor.

Amalia y su padre recorrían las calles por las tardes agradables de la ciudad donde vivían.
Veían a las señoras siervas del sagrado corazón con sus faldas rojas y su blusa blanca alineadas llevando la paz que da la comunión a un enfermo, u organizando alguna reunión u evento.

Se topaban con alguno que otro conocido que saludaban al padre de Amalia, y cuando su padre se detenía a platicar sobre alguna cosa con algún amigo o compañero de trabajo Amalia aprovechaba cualquier momento para jugar con cualquier cosa que encontraba por ahí inclusive caminar un poco y ganar alguna distancia respecto a su padre, El cual siempre le tenía los ojos encima no importase lo ameno e interesante de la platica que estuviera entablando.

Por todas estas cosas Amalia pensaba que aquellos días con sarampión serían los días más obscuros de su pequeña existencia.

Al principio sufría altas fiebres, sin ánimos, solamente quería estar dormida. Condición que mejoraría con el paso de los días y conforme las defensas naturales de su cuerpo comenzaran a luchar contra aquel virus que en momentos tristes de la humanidad cobrase miles y miles de vidas.

Una vez mejor solo quedaba estar triste contemplando Aquella luz que desde muy temprano entraba por las cortinas de la ventana y que conforme pasaban las horas se iba cambiando lentamente de posición hasta encontrar el punto de éxtasis total y comenzar a declinar como la mayoría de los procesos en este mundo.
Así pasaban las horas y las horas hasta la hora de comida, esperando por alguna respuesta, por alguna situación que la sacase de aquella prisión en la que había sido colocada.

Todo cambiaba a la hora en que llegaba su padre del trabajo y convivían de igual manera en aquella prisión como en la calle.
El le leía cuantos, le daba los bocados de la comida dulcemente de su propia mano hasta la boca de ella y en ocasiones hasta imaginaban historias y jugaban horas y horas entretenidamente, el tiempo pasaba velozmente, ella hubiera querido estar toda la vida jugando, imaginando con su padre.

Algo que recordaba con cariño era la manera que en su padre la hacía dormir, le servía una tasa de chocolate caliente, con un bombón en el centro, mezcla que ella sorbía lentamente mientras el le contaba una historia diferente cada día.

Historias de dragones, caballeros, países lejanos y reinos misteriosos y un sin fin de cosas que comenzaban en las mas normales historias y podían terminar en gente muy parecida a nosotros habitando en otros planetas lejanos a este.

Años después cuando Amalia ya era una adolescente parada frente al féretro de su padre recordaría todos aquellos momentos de su niñez momentos la mayoría de ellos felices
Entre dos personas que mas que una relación de padre e hija llegaron a tener una relación de amigos.
Habían pasado ya tres años desde el primer síntoma de la enfermedad de su padre razón por la cual ellos se habían distanciado de aquel mundo de colores pero sin dejar a un lado el lazo de amistad que los unía.

Todo había cambiado, las horas en el colegio eran interminables, Amalia pensaba cada vez mas en su padre enfermo.
Quería verlo fuerte y lleno de alegría otra vez, quería escuchar aquellas historias una ves mas, encapsular el tiempo de aquellas ocasiones para que ya no pasase mas.

Así es en muchas ocasiones cuando se es feliz o se cree que se es feliz queremos detener el tiempo para que ya no pase mas y que los días fueran así de felices por siempre.

Desgraciadamente para Amalia los días fueron peores a cada momento, su padre cada día mas enfermo y sin fuerzas llegaba a sufrir horribles dolores quejandose a todas horas.

Una mañana la llamo ella lo miro, el intento levantarse de su lecho de dolor para besarla, Amalia tomo su mano y beso su frente y luego sus mejillas y sin decir nada mas el murió.

Horas después junto a la tumba por mucho tiempo desocupada y ahora ya cerrada con su eterno pasajero acomodado.
Por que cuando cada persona nace en este mundo una tumba ya lo espera, un lugar en otro mundo que tarde o temprano se acuerda de sus inquilinos y los reclama a estar siempre con ellos.

Amalia miro aquella celda fría, mas que celda morada para toda la eternidad.

Dicen los especialistas en pérdidas que cuando la gente sufre una pérdida muy fuerte pueden en ese instante estallar en llanto y estar tranquilo después o puede callarse el dolor y hacer que lentamente los consuma, esto claro dependiendo de las características psicológicas de cada persona.

Amalia no lloro fuerte o grito o se desmayo simplemente siguió el duelo, los días de luto y después parecía la misma Amalia de antes solo que con un dolor muy fuerte que nunca nadie supo y que guardo por muchos años de su vida.

Después de arreglarse aquella mañana en que observaba la fotografía, bajo corriendo las escaleras y advirtiéndole a su madre la hora que era, ambas salieron rápidamente de aquella casa ubicada en uno de los mejores barrios de la ciudad.
La madre de Amalia manejaba el auto y Amalia se sentó en la parte de atrás para poder terminar de maquillarse y peinarse.

Cruzaron casi toda la ciudad, se detuvieron en semáforos que parecían interminables, hicieron alto en cada una de las calles igual de pequeñas por las que transitaban , tomaron varias curvas, bajaron y subieron puentes de desnivel hasta llegar cerca de las oficinas del nuevo palacio de gobierno.
Antes de llegar al lugar del trabajo decidieron llegar al mini súper a comprar el café de todos los días que Amalia había tomado por tres meses.

Amalia bajo corriendo del carro, entro al mini súper, se dio cuenta que no había café, se molesto y decidió tomar por aquella ocasión una taza de chocolate.

Tomo el vaso, lo coloco en la máquina, presiono el botón y de la máquina salió una bebida caliente y confortante para aquellas horas de la mañana.
Amalia pago el chocolate y abordo el carro en la parte de atrás.

Se acomodo en el asiento y comenzó a beber mientras su madre decía cosas sobre los gastos de la casa, sobre las deudas, sobre la semana.

Amalia no escuchaba del todo, tomo tragos de chocolate se recostó plácidamente en el asiento, recordó a su padre, sintió su mano pasar sobre su cabeza acariciando su pelo, comenzó a escuchar las historias, recordó a los príncipes y dragones.

En una posición fetal se quedo dormida plácidamente soñando con aquellas semanas de encierro, en el sueño se imaginaba protagonizando aquellos cuentos contados por su padre.
Se sentía niña de 4 años otra vez.
Sintió el cariño ausente por tantos años, volvió a ser niña.

De pronto la voz de su madre interrumpió aquel sueño de calor y de besos, con la frase “Amalia tu trabajo te espera que hemos llegado”

El sol calentaba la mañana de forma cotidiana por aquellos días de verano cuando en todo el país hacía mucho calor, y la lluvia no aparecía por ningún lado como bendición celestial.

Amalia no dijo palabra, se despidió de su madre con un ademán la cual contesto no llegues tarde a casa.

Camino tranquilamente por el lobby de palacio de gobierno, casi corre a su oficina, no recibió visitas aquella mañana, más bien se encerró en su oficina y no paro de llorar hasta tarde.



R. Faulkner.

1 comentario:

  1. honestamente me agrada mucho la redaccion de esta historia una relacion de padre e hija la forma en que toma vida al momento de leer mas que exelente..
    :)

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